Aquella noche, después de algunas horas con el frío como tormento Jacinto supo la respuesta, Matilde no regresaría, el plazo se había cumplido, la cita había expirado. Con la mirada perdida Jacinto caminó por horas, pensaba, imaginaba, se volvía loco por buscar respuestas que jamás llegarían, como si el mundo sintiera su pena la noche se volvió sobria, el brillo de la luna se opacaba, el aire enfurecía y las primeras gotas empezaron a caer, una por una fueron mojando el rostro de Jacinto, las lágrimas se confundían, lo único que delataba su tristeza era el rojo de sus ojos y aquel sentimiento de vacío y de pérdida que inundaba el corazón, desde es momento caminó por horas, sin sentido, sin dirección y sin vida en el instante, reclamos y peticiones de muerte, “Dáme la muerte señor, te lo pido”.